En Una Fría Noche.

Recuerdo esa noche con espanto.
Como un penetrante dolor de mil metales
Castigando mi alma.
Todavía veo,
Las despreocupadas caras felices
Y escucho las embriagadas risas
De los desdichados hijos
Del infortunio,
Que tristemente
Atestiguaron el poder de sus dominios.
Ocurrió,
En una fría noche.
¡Como no!.
El frío siempre precede
Al reino de los muertos.
Siempre aparece como
Escolta infame de sus terribles
Pesares.
¡Ay de mí!.
¡Qué no daría
Por no haber visto esos ojos infinitos!.
¡Por olvidar esas palabras,
Que resuenan como cataclismos en mis oídos!.
Sin embargo,
Y después de meditar sus dichos,
Y sólo tal vez,
Tenga algo de suerte.
Hoy conozco aquellos ojos indescifrables.
Si los veo nuevamente,
Sabré a qué viene
Y su impertinencia no será tal.
Pero la advertencia que me dio,
Cuando retornaba con uno de los nuestros
A su indeseable hogar,
Me perturba y enloquece.
Y esa rabiosa amenaza fue:
-¡Cuidado!.
No te confundas.
Ya por haber visto mis ojos,
No creas que me conoces.
Sabes quién soy,
Pero no has descubierto
Cuándo será tu tiempo.
No hables mucho de mí,
Ni me causes deshonra.
No sea que prontamente te visite.-.
Ocurrió,
En una fría noche.
Rafael Toro.
0 comentarios